miércoles, 12 de febrero de 2014

Abrir puertas a la inclusión

Ése vuelo pasó trágicamente a la historia como "el de los mieleros": la mayoría de los pasajeros eran recién casados. Entre ellos, estaban Eduardo Joly, un sociólogo de 28 años, y Liliana, de 19, que se habían casado hacía dos días en Buenos Aires. El 21 de noviembre de 1977, el BAC-111 de Austral en el que viajaban a Bariloche se desplomó 30 km antes de llegar, a medianoche y en medio de la nada. Liliana falleció en el acto y Eduardo, con una grave lesión medular, fue el último de entre unos pocos sobrevivientes en ser rescatado, diecisiete horas después. "Perdí a mi esposa y quedé con una paraplejia. Es casi como empezar de cero, pero con la diferencia de que uno no es un bebe, sino un adulto que acaba de pasar por el peor trauma de su vida", confiesa Eduardo. Hoy, 36 años después de aquel episodio que cambió su vida para siempre, Joly preside la Fundación Rumbos, organización que fundó y desde hace 22 años impulsa la accesibilidad para todos, bregando por un entorno inclusivo para que las personas con discapacidad puedan desarrollar una vida plena. La idea de crear una ONG fue sedimentando durante su rehabilitación - primero en Cuba, donde su padre era funcionario de la OMS; y cuatro años después en Nueva York, adonde Eduardo se trasladó con su segunda esposa, para retomar su trabajo como sociólogo-, ya que dedicaba gran parte de su tiempo visitando pacientes que hubiesen atravesado situaciones similares. En 1992, de vuelta en la Argentina y tras una próspera carrera como investigador de mercado, supo que esa actividad ya no le interesaba más. "Quería ayudar a otras personas que pasaron por lo que pasé yo", dice. Así nacía Rumbos. "La idea original era hacer un trabajo con las familias, de acompañamiento y orientación, ya que como sociólogo entendía que el trauma no era solo del individuo sino compartido", recuerda. Sin embargo, la falta de accesibilidad (en los transportes y espacios públicos, lugares de trabajo y viviendas) era un problema cada vez más acuciante. Él lo había vivido -y lo vive- en carne propia: colectivos que directamente no frenan cuando ven a alguien en silla de ruedas, o alegan que las rampas no funcionan; empleos perdidos por la imposibilidad de pasar por un ascensor que no respeta el ancho de puerta; tener que cruzar por la mitad de la calle, usando la bajada de un garaje, porque la rampa de la esquina está en estado ruinoso. "Cuando hay una necesidad y es imperiosa, hay que encontrarle una solución. La accesibilidad además de ser un derecho humano, es una necesidad y hay que resolverla", apunta Joly. "Nos dimos cuenta de que es un problema social que afecta todos los ámbitos de la vida". Fue entonces cuando le propuso a su actual mujer, la arquitecta Silvia Coriat, dedicarse de lleno a dicha temática. Eduardo mete el dedo en la llaga que más duele: un "entorno con obstáculos, que en vez de recibirte te pone una puerta que no se abre". Decididos a avanzar, junto con otras organizaciones que trabajan en discapacidad lograron incidir en la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en los capítulos referentes a las "personas con necesidades especiales". En 2003, influyeron además en el Código de Edificación de la Ciudad, para que la Legislatura incorporara todas las pautas de accesibilidad necesarias. Según Eduardo, las "normas existen pero muchas veces no se cumplen o la aplicación es muy despareja. En los barrios de clase media y alta hay más accesibilidad que en los barrios pobres, donde ni existe". Además de impulsar políticas públicas inclusivas, exigiendo accesibilidad en las escuelas, edificios y vía pública en general; de brindar asesoramiento y ofrecer cursos para formar a profesionales del diseño y arquitectos en el tema; Rumbos lanzó Homely, su empresa social, que con un equipo interdisciplinario ofrece a las personas que lo necesitan adaptar su casa a sus necesidades. Durante 2014, un foco principal de Rumbos serán las veredas: "Nuestra prioridad es que el Gobierno de la Ciudad se haga responsable de arreglarlas. Creemos que hay un problema epidemiológico encubierto: mucha gente que se cae y se fractura". A principios de diciembre del año pasado, Eduardo sufrió el segundo accidente de su vida. Iba con su mujer al acto de fin de jardín de infantes de su nieto, en el barrio de Caballito. Nunca llegaron: en Yerbal, entre Campichuelo y Otamendi, una rueda delantera de su silla se trabó con una baldosa floja, él salió despedido y se fracturó ambas tibias y peronés. "Esto pone de manifiesto que seguridad y accesibilidad van de la mano: las veredas tienen que ser seguras y accesibles, y si no son lo uno, tampoco son lo otro", asegura. Y se pregunta: "¿Ó el espacio público es solo para la gente que puede ir saltando como en una carrera de obstáculos?" Quienes desean colaborar con Rumbos o conocer más sobre su labor: fundacion@rumbos.org.ar / (011) 4706-2769.

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