lunes, 24 de noviembre de 2014

Rompió los prejuicios y ya es psicóloga

Gisela Ruiz es ciega de nacimiento y aunque trataron de desalentarla se inscribió en la Universidad del Aconcagua; el 25 de setiembre recibió su matrícula provisoria y cuatro días después empezó a trabajar para una obra social. sela Soledad Ruiz (25) tuvo Psicología en segundo año del Polimodal y decidió que ésa era la carrera que iba a estudiar. Sin embargo, se enfrentó al interrogante de si su ceguera congénita iba a ser un obstáculo para ejercer, ya que algunos terapeutas le dijeron que lo no verbal, lo gestual, es muy significativo en el diagnóstico. En la misma facultad, una docente le aseguró que sólo iba a poder atender a pacientes con discapacidad. Pero siguió preguntando hasta que en la universidad le aseguraron que iban a resolver los desafíos sobre la marcha. El viernes pasado juró como licenciada, con un promedio de 9,46. Gisela explica que dedicó el último año de la secundaria a consultar a psicólogos sobre la posibilidad de que una persona ciega fuera terapeuta. Varios le indicaron que no podría apreciar la postura del paciente, sus gestos o si tenía un movimiento estereotipado. Pero el golpe más duro lo recibió cuando una profesora que consultó -y tuvo luego en tercer año, cuando ya había ganado más confianza- le planteó que no iba a poder atender a personas videntes, porque “ellos no debían ver al terapeuta como alguien inferior” (sic). Durante ese último año en la escuela General Las Heras (donde fue abanderada), estaba yendo además a orientación vocacional con una psicóloga de su obra social. Ella le resaltó que en Psicoanálisis se trabaja con la palabra, los sueños, las ocurrencias y los actos fallidos, por lo que la vista no era indispensable. Al día siguiente, Gisela se inscribió en la Universidad del Aconcagua. Por eso, sostiene convencida que es fundamental la vocación y el esfuerzo, pero también seguir indagando y no aceptar las limitaciones que pueden imponer otras personas desde su ignorancia. La flamante licenciada obtuvo su matrícula provisoria el 25 de setiembre y cuatro días después le llegó un ofrecimiento laboral. En su obra social (Ostes, de los trabajadores de las estaciones de servicio) le indicaron que necesitaban una terapeuta para niños. Una vez más, la joven tuvo que enfrentar un desafío, ya que con ese grupo etario temía un poco trabajar porque sabía que no iba a poder observar a los chicos. Es que los pequeños, a diferencia de los adultos, tienen más dificultades para expresarse a través de la palabra y suelen proyectar en juegos y dibujos. Pero Gisela recurrió a la creatividad para utilizar juegos táctiles -con títeres, soldaditos o maderas- y plastilina para que el niño haga su dibujo, de modo que ella pueda “verlo” a partir del relieve. Los tests gráficos Precisamente, uno de los aspectos que más le preocupaba a la joven cuando empezó a estudiar fue el hecho de que iba a tener que cursar y aprobar materias con técnicas de exploración gráfica, como el test de Rorschach (las manchas de tinta) o el HTP (en que se le pide al sujeto que dibuje un árbol, una casa y una persona). En un primer momento, la secretaria académica de la Facultad de Psicología, Cristina Pérez, le manifestó que iban a buscar la manera de resolver la situación. Y así fue. Cuando en tercer año llegó la primera materia de técnicas, con las docentes encontraron el modo. Para interpretar lo que la persona había dibujado, Gisela pedía que le describieran el dibujo. Y aplicaba los indicadores que había estudiado en la teoría a través de determinadas preguntas, como si el dibujo era grande o pequeño, o si estaba en el centro de la página o hacia la derecha o la izquierda. La joven señala que Cristina Pérez y Andrea Malarzuck, del Centro de Orientación de la facultad, fueron dos grandes pilares durante su cursado. Pero también destaca la solidaridad de sus compañeros, que le pasaban resúmenes de la bibliografía que ella no había conseguido en formato digital o le grababan en casete los apuntes de clase cuando no podía asistir. Aunque ella misma solía compartir por correo electrónico sus propias anotaciones, que tomaba con una netbook en en aula, gracias a sus conocimientos de dactilografía. Como en la facultad no accedió a textos escritos en Braille, Gisela tuvo que cambiar su método de estudio, de la lectura a la escucha. Esto, porque trabajaba con textos digitalizados o escaneaba el material bibliográfico y luego utilizaba los programas de verbalización de su computadora (los mismos que le permiten utilizar herramientas informáticas ya que son lectores de pantalla). Con el entusiasmo y la calidez que transmite en todas sus palabras, la psicóloga manifiesta que, ante todo, espera que no le falte trabajo. Sin embargo, además de su labor en la obra social, se ha sumado al Área de Género de la Municipalidad de Las Heras, donde vive, que está integrada también por un paramédico, una abogada y una psicóloga social. Y explica que abordan situaciones de violencia hacia la mujer y hacia el hombre. Apoyo familiar Cuando se le pregunta si con su 9,46 estuvo entre los primeros promedios, Gisela responde que no averiguó y añade como al pasar que fue abanderada de la facultad. Pero de inmediato aclara que el mérito no es sólo de ella, ya que sus padres, Ricardo y María, la respaldaron mucho. De hecho, su mamá aprendió Braille cuando la hija tenía 4 años, para poder acompañarla luego en el aprendizaje. Es que la joven empezó a asistir a la escuela Hellen Keller con apenas un año para recibir estimulación temprana de los otros sentidos, de manera de compensar la falta de uno: la vista. Allí mismo cursó jardín de infantes y primer grado y luego, cuando ya había aprendido Braille, se incorporó al colegio República Oriental del Uruguay, un establecimiento de enseñanza común. De todos modos, durante toda la primaria tenía clases de apoyo en la Hellen Keller dos veces por semana y también docentes de la escuela especial iban a la suya, para asesorar a sus maestras y transcribir sus tareas.

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