lunes, 28 de octubre de 2013

Una familia con un hijo con una grave discapacidad teme quedar en la calle

Están desesperados. Temen quedar en la calle. Y la gran preocupación es Luciano, su hijo menor, de 13 años, que sufre un grave caso de autismo con autoagresiones severas. El temor es que este cambio abrupto de vida repercuta en su salud, que no pueda continuar su tratamiento y que las notables mejorías que logró en los últimos años vuelvan atrás. Luciano no habla, se golpea. Desde los tres años es su medio de comunicación. Se golpea en la sien, las orejas, los pómulos. Hasta llegaron a ponerle uno de esos cascos que usan los rugbiers, pero no evitó que se fracturara el tabique a puñetazos. El problema es que la casa de material donde Pablo Verón y Liliana Monges se instalaron con sus tres hijos en Pilar apenas llegaron de Monte Caseros, Corrientes, en busca de la ayuda médica que allá no les pudieron brindar, hoy se les escapa de las manos. Lo que hace tres años les costaba 1400 pesos por mes ahora les exige 2169, más impuestos y servicios. Pablo cobra 2400. "Es desesperante. Lo único que queremos es tener un lugar para vivir y que nuestro hijo siga su tratamiento. Que no vuelva atrás con todo eso que ya hemos sufrido", dice. En las recorridas por distintas oficinas públicas aún no obtuvieron una respuesta concreta que los satisficiera. Al no dar los números, y previendo que en cualquier momento podrían quedarse en la calle, le echaron el ojo a un terreno fiscal en la estación Pilar, donde está varado el Tren Binacional, un rincón donde levantar una casilla que no se alejara del hospital Sanguinetti, al que pueden recurrir si Luciano presenta una crisis, ni de su pediatra, que se encuentra a sólo un par de cuadras. Hicieron el pedido formal por el terreno, y mientras tanto Pablo armó una casilla donde comenzaron a dormir algunas noches con Luciano para que se fuese acostumbrando. Pero como se trata de un terreno fiscal la policía los desalojó. Luciano no tiene problemas motrices y es muy perceptivo. Corre, juega, abraza a sus padres, se ríe, llora. Aprendió a avisar cuando necesita ir al baño y a dormir solo después de años de hacerlo con sus padres, los dos turnándose mitad de la noche para cuidarlo. "Pero los cambios repentinos y traumáticos lo alteran demasiado -advierte Liliana-. Un chico autista es muy rutinario. Y los avances tremendos que ha hecho pueden volver atrás de un momento a otro con una crisis." El tratamiento lo realiza en el Servicio Nacional de Rehabilitación, adonde lo lleva un vehículo a diario desde Pilar. Lo cubren con la obra social y con la ayuda de una fundación, aunque no saben hasta cuándo podrán hacerlo. Pero harán lo imposible para no tener que internarlo. "Luchamos para que no se llegue a eso -dicen-. Que siga estando con nosotros, con la rehabilitación que necesita." Quien quiera darles una mano su teléfono es 0230-4365989.

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