miércoles, 12 de febrero de 2014

Fernández escribe su historia sobre silla de ruedas

MELBOURNE (De un enviado especial).- "Abro Internet y leo que ya no quedan argentinos en el Abierto de Australia. ¿Cómo que no?, ¿y yo?", desafiaba hace unos días Gustavo Fernández. Su queja -siempre en tono de broma- es totalmente legítima: realmente es la última esperanza nacional en el Melbourne Park, porque se convirtió en finalista del certamen de silla de ruedas, una atracción que marcha en paralelo con el certamen convencional y que cada año cobra más jerarquía. Después de batir en las semifinales al francés Stephane Houdet (N° 2 del mundo) por 6-1 y 7-6 (4), el cordobés de Río Tercero definirá el título mañana ante el japonés Shingo Kunieda, que viene de imponerse por 6-0 y 6-0 en su match ante el holandés Scheffers. "Kunieda es como Federer en su mejor momento", avisa Fernández, que vive un sueño al haber ganado los primeros encuentros de Grand Slam en su carrera. Y que antes de empezar el torneo agradeció haber quedado del otro lado del cuadro respecto del asiático, el N° 1 y gran dominador del Wheelchair Tennis Tour. Gustavo es hijo de Gustavo Ismael "Lobito" Fernández, aquel recordado base ganador de cinco títulos en la Liga Nacional de básquetbol (GEPU, Boca y Estudiantes de Olavarría), y hermano de Juan Manuel Fernández, que se desempeña en Brescia, de Italia. "Mi viejo hubiese querido que yo jugara al básquet, y de hecho lo hice en un conjunto de Mar del Plata a los 10 años. Pero cuando él dejó de actuar profesionalmente volvimos a Río Tercero y ahí no había equipos en silla. Es mucho más difícil juntar compañeros en el básquet que en el tenis", señala este chico de 19 años recién cumplidos, número 5 del ranking y que pelea por una integración cada vez mayor con el tenis de las estrellas. Fernández fue representante nacional en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012 y logró la medalla de oro en singles y la de plata en dobles en los Juegos Parapanamericanos de Guadalajara 2011. Gustavo, quien es entrenado por Fernando San Martín, ya logró vencer al japonés Kunieda en 2013 en la Copa del Mundo por equipos, en Turquía. Sorprende Gusti por su sentido del profesionalismo, su pasión en la práctica de un tenis que admite dos piques de pelota en lugar de uno. Los músculos de sus brazos parecen turbinas que impulsan una silla inquieta, que gira vivaz en 180 grados y acelera para llegar a cada devolución. La adrenalina lo conduce a objetivos cada vez más atrapantes, mientras que durante su participación puede cruzarse casualmente en un pasillo con un Murray, un Djokovic, un Nadal. "Mi main sponsor siempre fue mi familia", asegura. Se refiere al amor incondicional de los suyos y a una historia de vida que, al año y medio, mientras jugaba con su papá, lo puso dramáticamente a prueba con un infarto medular. El problema le perjudicó el movimiento de las piernas, pero nada interrumpió su innato sentido de superación. Basta con ver hoy el brillo de sus ojos, pura ilusión, como primer sudamericano en la historia que disputará una final de Grand Slam de tenis adaptado: "Es inexplicable la felicidad que tengo en este momento, pero esto no terminó", anticipa. No ve la hora de vencer al Federer sobre ruedas. Ya el año pasado en este mismo certamen, cuando había sido derrotado en primera rueda, el cordobés advertía sobre las complicaciones sociales que debe afrontar en nuestro país a partir de su discapacidad: "El mundo está adaptado; la Argentina, no. Allá los taxis no paran o aceleran cuando me ven. Entonces mando a mi novia a que los pare. En París levanté la mano y tenía tres taxis. En la Argentina no está inculcado el tema; la gente estaciona en las subiditas", decía. Sin embargo, aun con las cargas extras que afronta diariamente, Gustavo quiere mover el mundo con su habilidad para un tenis distinto, exigente a su manera. Es lo único que le importa hoy.

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