domingo, 26 de mayo de 2013

Aurora Venturini: "Todo lo hace la voluntad de la persona"

A los 85 le dieron el premio Nueva Novela y su nombre apareció por primera vez en el campo literario vernáculo; hoy, con tres libros publicados, acaba de lanzar Los rieles (Mondadori), un relato alucinado y autobiográfico sobre la experiencia de rozar la muerte. Lo que ocurrió hace ya casi dos meses podría ser parte de alguna de sus historias. Aurora Venturini dormía en el cuarto de su departamento de La Plata, en la cama ortopédica (eléctrica), cuando despertó de golpe, rodeada de agua. No tardó en entender lo que estaba pasando y el miedo a la electrocución, el miedo, en fin, la hizo levantarse más allá de las dificultades físicas. Se mojó, sollozó, luego un pariente llegó a rescatarla y el resto es historia conocida. Tras el susto y con la tristeza por las inundaciones a flor de piel, la escritora suspendió la presentación de su nueva novela. Finalmente, pudo hacerlo hace diez días, aliviada y con el entusiasmo restablecido. Lo interesante es que si uno lo piensa bien, alguna matriz en común hay entre este sacudón emocional y el origen del libro. Porque al reconstruir la escena fundacional de escritura, Aurora piensa en la caída, en la pérdida, en la muerte. Asegura que a su alrededor la gente decía cosas como: "No tiene pulsaciones". "Está muerta". "No hay nada que hacer". De eso hace ya casi dos años, aquel día en que tropezó y se rompió la cadera. "Fue un dolor infinito, indescriptible, hubieras visto, me tuvieron que levantar con acolchado porque estaba toda desparramada", cuenta ahora, repuesta por segunda vez. Estuvo internada, sedada, perdió la capacidad motriz, ni siquiera podía hablar. Durante ese tiempo, entró en lo que llama "un sopor espantoso". La escritora cree haber conocido el infierno, y afirma, también, que todos los clichés son ciertos: las llamas enormes, el rojo fulgurante, la sensación de estar acostada en una parrilla que le presionaba las vértebras. Los médicos dijeron que eran ensoñaciones propias de las drogas que le habían inyectado. Pero ella duda. "¿Y si es verdad?", pregunta con ojos inquisidores. -¿Por qué se iría al infierno? -Ah, no sé. Yo nunca hice ningún daño, pero hay cosas que uno cree que son de una forma y resultan ser de otra. Cómo será la inteligencia divina, yo no sé. Su gracia es no definir de qué lado del límite que existe entre el sueño y la vigilia (o entre la locura y la razón) quiere pararse. Y así de claro lo deja en esta novela en la que recrea esa experiencia cercana a la muerte: su encuentro con "Monsieur Le Diable", las marcas en la piel, la convalecencia, el esfuerzo por volver a ser ella, el terror ante la certeza de la finitud. "Yo transpiraba en la parrilla. Un ser raro me fustigó a latigazos, obligándome a exclamar golpeándome el pecho: «Por mi culpa... por mi culpa... por mi grandísima culpa». Colosal ardía el caldeado entorno. Escondidas gargantas gangoseaban." Cosas así escribió durante el período de recuperación, dictándole todo a una secretaria en un estado de "semivigilia". No fue fácil: pisando los noventa, Aurora tuvo que aprender todo de nuevo. Desde agarrar los cubiertos para comer, hasta traducir el pensamiento a palabras o caminar con ayuda de un andador. "Estuve sin hablar, pero nunca dejé de pensar. Sabía lo que quería decir, pero no sabía cómo. Mi cuñado, que es médico, me daba de comer como a los nenes. Veinte días después, pude manejar los cubiertos, pero permanecía en la cama ortopédica. En el libro describo todo eso. En el gimnasio de la clínica aprendí a sentarme, a pararme, a caminar con el andador. Paso a paso empecé a recuperarme. Me traje el kinesiólogo a casa. Todos decían: «Esta mujer no camina más». Pero yo desde el minuto en que me caí, dije: «Voy a caminar». Todo lo hace la voluntad de la persona", decreta como un dogma. Le gusta mucho esa palabra: voluntad. La menciona cada vez que puede. La repite, la paladea. Cuando cuenta cómo fue su trabajo de psicóloga en la Dirección de Minoridad, allá por los años 40, haciendo frente a casos terribles de abuso o discapacidad que sirvieron de inspiración para sus personajes. Cómo cuidó a su amiga Eva Perón durante su agonía, soportando sus cambios de humor repentino y contándole chistes verdes que la hacían reír. O cómo fue aquel exilio en Francia durante el cual aprovechó para codearse con Sartre, Simone de Beauvoir y Violette Leduc. Incluso fue la voluntad la que la ayudó a resistir todos esos años en que resignó libros y libros y más libros hasta aquella tarde de 2007 en que le dijeron que sí, que había ganado el Premio Nueva Novela del diario Página/12 con Las primas . Pequeña sorpresa se llevó el jurado al abrir el sobre y comprobar que la "joven revelación" tenía ni más ni menos que 85 años. Desde su asiento, aferrada al brazo de quien la había acompañado, Aurora escuchó cómo leían el consabido comienzo: "Mi mamá era maestra de puntero, de guardapolvo blanco y muy severa...". -¡Mi novela!- susurró emocionada. Cuentan que unos días antes, cuando la llamaron para anunciarle que estaba entre los diez finalistas, tomó aire, y aseguró: " Las primas soy yo". No porque Yuna, la protagonista, tuviera que ver con ella. Se trata más bien de un reflejo biográfico que recorre toda su obra, incluso los relatos más delirantes. "En todas mis novelas vas a encontrar algo", dice sin especificar. Las primas también fue adaptada al teatro y estrenada en 2010, en el Nacional Cervantes. Ese mismo año, ganó el premio Otras Voces, otros Ámbitos, que otorgan editores españoles. Venturini se jacta de tener más de 40 libros escritos. Hoy, Mondadori atesora siete novelas de su autoría. Tras décadas de anonimato, su nombre se ha transformado en referente de la literatura argentina contemporánea. En la edición del Bafici se proyectó un documental sobre ella, titulado Beatriz Portinari, seudónimo con el que ganó el concurso que la hizo famosa.

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