lunes, 11 de noviembre de 2013

Ahora, de eso sí se habla

POR DANIEL ULANOVSKY SACK Fuimos mudos, aunque hayamos podido decir palabras. Como sociedad, hemos callado demasiado tiempo. Dicen que décadas atrás, cuando una familia de posición tenía un hijo con discapacidad, lo escondía. Vivía lujosamente, pero oculto. Algo similar pasó en lo político con el tema de la tortura y de los desaparecidos. O, hasta no hace tanto, con las sexualidades diferentes a la norma. ¿Cuánto daño, cuántas depresiones y problemas de conducta habrá creado el silencio, ya convertido en neurosis? Es sintomático y extraordinario cómo en esta historia el avispero fue dado vuelta por los propios abusados, mucho tiempo después. Ellos entendieron que no merecían seguir con una vida que tapaba un espacio recóndito al que estaba prohibido abordar. Años antes, el colegio San Juan el Precursor había sido, junto a las familias, un eslabón más en la cultura de silencios. Desde la mirada actual uno defiende la acusación, que la verdad se sepa, que la justicia actúe, que los chicos abusados tengan contención y reparo. Si uno se coloca en rol de antropólogo y retrocede 40 años, el análisis podría incluir bemoles. Jamás, sin embargo, lograr un acuerdo por el cual el abusador dejaba ese colegio pero, al ignorarse la verdad, siguiera trabajando con chicos. Como si sólo importara cuidar la cría propia y no la ajena, como si la sociedad no existiese. Tampoco permitir que las víctimas permanezcan sin ayuda, sin tratamiento, sin palabras. Hoy las cosas parecen haber cambiado. En el propio colegio, que mira el pasado con nuevos ojos, asume errores y pide perdón. También en la sociedad. Casi todos los años se conoce algún caso de abuso, a menudo con alumnos de muy corta edad. Eso es lo desgraciado. Lo interesante es que ya nadie piensa en ocultarlo. Los padres se juntan y efectúan la denuncia. Ayer me comentaba un abogado que, a su juicio, el abuso infantil no debiera prescribir. Quizás. Pero igual hay que aprender a actuar antes: los espacios en que puede haber vulnerabilidad no deben quedar en manos de una persona sola sin supervisión. Paredes vidriadas, personal directivo o colegas que se rotan, un oído especial al “discurso” de los chicos. Que la justicia actúe si sucede algo que espanta, es correcto. Pero para una institución, y para la comunidad, que el abuso ocurra, ya es el fracaso.

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